martes, 21 de noviembre de 2006

Doxa y episteme

El filósofo griego Platón diferenciaba entre dos grados de conocimiento: la opinión, o doxa, y la ciencia, o episteme. La doxa se definía como el conocimiento basado en signos sensibles, es decir lo percibido directamente por el hombre. La episteme era el conocimiento basado en la razón, como elemento a través del cual alcanzar el mundo de las Ideas, y en especial, la idea del Bien.

Detrás de esta concepción se esconde una evidente dualidad, que después retomará Agustín de Hipona: el mundo sensible es sólo una imagen deformada del verdaderamente real, que es el mundo de las Ideas. Lo que percibimos a través de nuestros sentidos no es más que una sombra imperfecta del concepto que está detrás. Así, el conocimiento al que cualquier hombre puede aspirar, de seguir sus sentidos, no es más que un conocimiento especioso de la realidad.

Platón distingue dentro de la doxa dos grados: la conjetura y la creencia. La conjetura sería la percepción basada sólo en imagenes de lo sensible; algo así como una especulación que intenta acceder a la realidad, no ya a través de lo que percibimos, sino a través de la idea que nos formamos de lo que percibimos. La creencia es el conocimiento basado directamente en lo que percibimos, es decir, una fe absoluta en que nuestros ojos no nos engañan.

La episteme, a su vez, tambien se divide en dos grados: pensamiento discursivo y filosofía. El pensamiento discursivo es el conocimiento que utiliza la razón basada en signos sensibles; algo así como el pensamiento inductivo: a partir de una serie de experiencias llegamos a una conclusión general que convertimos en regla. La filosofía es el conocimiento perfecto de la idea de Bien, y sólo se puede alcanzar a través de la razón; es decir, algo así como una fe razonada.

Hasta el siglo XX, la ciencia ha operado con el pensamiento discursivo, dejando el conocimiento puro de las ideas para la filosofía y, por que no decirlo, la política. Es el mundo de las llamadas ciencias físicas, que intentan demostrar su fiabilidad por verificación. Es decir, una regla es válida porque siempre que se ha utilizado ha dado un resultado igual.

En 1934, un filósofo austríaco de nombre Karl Popper, elabora una teoría que da a conocer en el libro "La lógica de la investigación científica", según la cual, las ciencias sociales, no tienen porque utilizar el mismo criterio de verificación que las ciencias físicas. Si éstas exigen la verificación, a las ciencias sociales les basta con el principio de falsación, es decir, una teoría es válida siempre y cuando se pueda demostrar conceptualmente que otra teoría puede invalidarla. Es decir, es ciencia todo aquello que pueda entrar en el debate científico, con lo que quedaría fuera todo lo relativo a la fe. Sólo así se consigue que entre dentro del concepto de ciencia la recientemente formulada teoría de la relatividad.

Pero, ¿ dónde quedaría la definición de Popper en la teoría platónica? El austríaco elimina por principio todo conocimiento basado en la fe, es decir la filosofía de Platón. La racionalización de la empiria queda circunscrita a las ciencias físicas. La creencia, lo que vemos, queda al margen del conocimiento científico; y las ciencias sociales quedan reducidas a pura especulación, o conjetura. Es evidente que la nueva clasificación rompe completamente con todo lo anterior, y es en ella en lo que está basado todo nuestro conocimiento científico.

Vayamos un poco mas lejos. Supongamos que la teoría platónica no fuera un continuum, sino una dualidad. Es decir, los dos grados de conocimiento serían similares en los dos planos de realidad. Así, la conjetura estaría al mismo nivel que el pensamiento discursivo (para Popper, las dos clases de ciencia), mientras que creencia y filosofía tendrían en común su base en la fe. De este modo, Popper desterraría del mundo de la ciencia todo basado en la fe.

Para Platón, tanto el conocimiento a través de la percepción sensible, como a través de la percepción extrasensorial están a un mismo nivel, y Popper les quita toda posibilidad de ser ciencia.

Según lo dicho, hoy la ciencia se movería en una suerte de especulación constante, en que las ideas o los planteamientos racionales estarían a un mismo nivel, siendo sólo necesario para que algo sea científico que la comunidad científica lo valide como tal. Se destierra así completamente el mundo real del ámbito de lo cientifico y lo percibido por nuestros sentidos queda diluído en una marasma de discursos en los que lo sentido se rinde ante los argumentos de autoridad.

De tal forma que no es extraño que lo que decía Leibniz vuelva a estar de moda: la teoría del caos, el efecto mariposa, la entropía, o la sociedad líquida son formas de consentir que nuestros ojos nos engañan y que aquello que vemos es sólo una perspectiva. Se ha roto definitivamente la existencia de las cosas.

Pero hay otro elemento curioso en la teoría platónica: la realidad sensitiva exige un grado de fe similar al necesario para acceder al mundo de las ideas. Todo lo que sentimos es una creencia, creencia en que lo que ha sucedido sin variación desde tiempo inmemorial, seguirá sucediendo de igual manera. Sin esta fe estariamos abocados a una existencia en que la incertidumbre no nos dejaría interactuar; la angustia de lo desconocido sería tan grande que estaríamos paralizados. La ciencia tradicional nos ha demostrado que las leyes fisicas sólo tienen un campo de acción muy determinado; tanto por encima como por debajo dejan de funcionar. Las leyes universales no lo son tanto, pero necesitamos que lo sean. Nada nos asegura que el sol saldrá mañana, pero lo sabemos. La fe es el motor del mundo. Fe en las grandes ideas, o en las cosas pequeñas. Fe en que nada va a cambiar, o fe en que todo está cambiando; fe en que sólo nos tenemos a nosotros mismos o en que todos estamos en un mismo barco. En definitiva, fe en que no nos encontramos permanentemente en un universo caótico.

Aristóteles ideó la teoría de la inteligencia creadora, revitalizada actualmente por el diseño inteligente de algunas escuelas norteamericanas. Para Aristóteles todo elemento tendía hacia un fin, lo que, por cierto, acababa con la posibilidad de libertad, tal y como la concebimos hoy en día.

En resumen, Popper destierra la fe del mundo de la ciencia con la intención de "matar" a Dios, sin darse cuenta de que lo verdaderamente estaba matando era la realidad. Así, la ciencia ha quedado reducida a la especulación, con un anclaje cada vez más lejano sobre la realidad, y los científicos solamente pueden hacer conjeturas sobre una realidad que ellos mismos se han encargado de destruir. Y sin embargo, tanto ellos como el común de los mortales, sólo tenemos como elemento de apoyo nuestras propias percepciones.

1 comentario:

Roberto Carballo dijo...

Apasionante lo que escribes. Me pregunto si alguna vez habías tenido oportunidad de hacerlo, y tengo la impresión de que no. Creo que vale la pena el esfuerzo. Un abrazo, Roberto Carballo