lunes, 6 de noviembre de 2006

De OPA en OPA


Mucho ha cambiado el mundo desde que en 1648 la Paz de Westfalia consagrara la creación del Estado; un Estado que, tras la Revolución Francesa, se convertirá en Estado-Nación, y que en el siglo XIX pasará a ser Imperio. Tras el enfrentamiento que suponen las dos guerras mundiales los Estados se alían entre sí formando dos bloques con una división clara: la ideológica, haciendo así que aparezcan dos bloques: izquierda y derecha.

Con la caída del muro de Berlín y el fin de la URSS, los dos bloques se unifican y comienza a vislumbrarse una nueva frontera: el eje Norte-Sur. Intentando no caer en la teoría de la dependencia, lo cierto es que la fractura entre estos dos bloques cada vez es mayor: el sur ahogado por la imposibilidad de hacer frente al pago de deudas a los países del norte; y éste, embarcado en una carrera por ser cada vez más competitivo en un escenario internacional en que, o comes, o te comen. Por que ésta es precisamente la nueva línea de fractura entre los bloques: el dinero. Dinero que tiende a reagruparse para ser mas eficiente en un contexto que obliga a ser el más competitivo.

Así llegamos a la situación actual, en que todas las grandes empresas deben crecer cada vez más para hacer frente a las nuevas posibilidades de un mundo interconectado. El Estado-Nación ha pasado a la historia desde el momento en que Internet funciona como una auténtica red de redes. Hoy no es importante mantener las parcelas de soberanía tradicionales, sino lanzarse a la conquista de nuevos mercados. Por eso se comprueba una evidente tendencia de las economías nacionales a liberalizarse en un contexto más amplio. La sociedad internacional deja paso, cada vez más, a una sociedad transnacional, porque ya no es importante el país al que se pertenezca, sino la posición que se tenga en un mercado global.

Así, no es extraño el acentuado proceso de fusiones y absorciones que estamos viviendo actualmente: E-ON quiere comprar Endesa; Google se hace con YouTube; Suez se fusiona con Gaz de France... Todo en una misma dirección: crear grandes empresas capaces de luchar en un mercado transnacional. Un mercado global donde se van a enfrentar a los grandes gigantes norteamericanos y a los nuevos conglomerados asiáticos, y para ello, es indispensable fortalecer a las empresas europeas.

Porque parece que Europa se acaba de dar cuenta de algo que EEUU supo desde los años 20 del siglo pasado: una vez que has crecido gracias al proteccionismo de tu gobierno, hay que lanzarse al mercado global. Se está muy agusto dentro de la pecera, pero hay un proceloso mar mas allá. La ley de la Oferta y Demanda es implacable: sólo los mejores sobreviven; y para ser el mejor no basta con tener asegurado un mercado determinado; hay que seguir creciendo a costa de los competidores.

A las empresas españolas les ha sucedido algo parecido: llevan mucho tiempo engordando en su pecera Iberoamericana, pero, de pronto, les han soltado en un mar global en el que no saben defenderse. Por eso no tiene sentido hablar de "campeones nacionales" en unos momentos en que la única nación es el dinero. Debe hablarse en su lugar de optimización de recursos, de apertura a nuevos mercados y a nuevas formas de acceder al cliente.

Las grandes empresas españolas siguen ancladas en un modelo que deberían haber abandonado hace dos siglos. No parecen darse cuenta de que, desde 1986, su mercado no está en el Sur, sino en el Norte. No parecen notar que tienen el dinero y los recursos para competir en igualdad de condiciones por el mercado europeo; prefieren quedarse en su pecera sin darse cuenta de que en ese mar llamado Europa sí hay un lugar para ellas.

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