miércoles, 6 de diciembre de 2006

La montaña mágica


En 1912 la mujer de Thomas Mann contrajo una enfermedad pulmonar que le obligó a pasar seis meses en un sanatorio suizo. Unos meses después, su esposo acudió a visitarla, y pasó con ella tres semanas. Como fruto de esa visita, doce años después nacería una de las obras cumbre de la literatura europea del siglo XX: "La montaña mágica". El libro, calificado como novela enciclopédica aborda todos los temas de interés para el ser humano. A lo largo de sus novecientas páginas se habla de medicina, amor, muerte, política o esoterismo. Es todo un compendio de sabiduría que, precisamente por ello, nunca se agotará.

La novela transcurre en la región suiza de Davos. En un hospital al que el protagonista, Hans Castorp, llega para visitar a su primo recluído, y donde se queda tras descubrir que él también está enfermo. A lo largo de los días va conociendo a distintos personajes que habitan el sanatorio, y que representan distintos perfiles. Todos ellos intentan instruir a Castorp sobre los mas variados temas, consiguiendo, en consecuencia, instruir también al lector. El tiempo pasa muy despacio en lo alto de la montaña, y el paisaje ayuda a las largas disquisiciones y a la introspección de los distintos personajes. Como ermitaños, los personajes van mostrándose tal y como son, de tal forma que, poco a poco, van dejando a un lado los convencionalismos del mundo exterior para empezar a conocerse a sí mismos y a los demás en un entorno fantástico.

Hoy, la misma montaña de Davos sirve para que otros ricos, como los de la época de Mann se recluyan allí; eso sí, sólo por unos días, y sin dolencias aparentes: los integrantes del Foro Económico Mundial. Durante una semana del mes de Enero los hombres y mujeres más poderosos del mundo se reúnen en el pequeño pueblo de montaña con la intención, según algunos, de marcar las líneas de actuación del mundo durante el año que acaba de comenzar. Banqueros, empresarios y políticos de todo el mundo se reunen sin tener que llevar traje, o convocar citas. Por unos días se olvidan de las agendas y hacen una vida similar a la de los personajes de Thomas Mann: se escuchan unos a otros en las más de 300 conferencias convocadas. Los que han estado aseguran que parece algo irreal: se puede ver paseando bajo las estrellas a Bill Gates, mientras charla con George Bush y Rupert Murdoch; o a Chirac esquiando con Tony Blair. Durante unos días Davos se convierte en la capital del mundo.

Poco podía imaginar el profesor Klaus Schwab en que se iba a convertir su idea cuando, en 1971, convocó el primer encuentro para "discutir como innovar el mundo comercial que esta perdiendo terreno ante la avanzada socialista". A esta primera reunión ya acudieron 450 europeos. Hoy hay mil miembros exactos dentro del club. Para entrar en el grupo de los elegidos hay que cumplir una serie de requisitos: ser una empresa que facture mas de mil millones de dólares anuales; aportar 13.500 dólares para el mantenimiento del Foro; y pagar por cada representante 7.700 dólares. Aún así, la lista de espera es muy larga, pues el requisito fundamental es ser invitado por Schwab. Además de los miembros, se suele invitar a unos 600 personas de entre los más destacados líderes mundiales. La tónica habitual es que cada año se renueven unos treinta participantes. En términos globales, los ingresos de los miembros del club están en unos seis billones de dólares.

Hay quien asegura que hoy el Club Davos ya no es lo que era debido a la enorme publicidad de sus actuaciones (con manifestaciones antiglobalización incluídas), y por eso su poder decisorio se ha trasladado a otra organización bastante más secreta: el club Bildeberg, una reunión de los hombres y mujeres más poderosos de América del Norte y Europa. Lo que se conoce sobre este selecto grupo es muy poco, lo que ha hecho aparecer todo tipo de especulaciones al respecto. Se sabe que se reúnen una vez al año en Leiden, Países Bajos, durante cuatro días. Acuden unas ciento veinte personas, todos ellos personajes muy poderosos en la economía occidental. La forma de seleccionar a los invitados y los temas a tratar es un completo secreto. Hay incluso quien asegura que se trata de un gobierno mundial en la sombra. Aquí sí se decidirían las principales líneas de actuación de la política mundial. La idea de un gobierno mundial es una actualización del llamado "Protocolo de los Siete Sabios de Sión", un grupo de personas encargadas de que se cumpliese el código secreto escondido en la Biblia. Paranoias al márgen, lo cierto es que la flor y nata del poder mundial se reúne cada Enero en Davos.

Quien no podrá estar presente en la próxima reunión del Foro será el recientemente fallecido Milton Friedman, uno de los gurús del ultraliberalismo de nueva generación. Ya en tiempos del keynesianismo radical, Friedman defendía un nuevo "laissez faire". Monetarista y de la Escuela de Chicago, ha sido un referente mundial para las políticas neoliberales. Defensor a ultranza del libre mercado, sus partidarios lo consideran uno de los últimos profetas de la libertad, pues a partir de la libertad económica pretendía alcanzar la libertad política. Sus detractores hacen hincapié en la conferencia que ofreció en el Chile de Augusto Pinochet, y de la que salieron algunas propuestas que pusieron en práctica los "chicago boys". Dejando a un lado las polémicas, lo cierto es que el pensamiento de Friedman y de los minarquistas influyó decisivamente en las políticas de desregulación de los años 80. Milton Friedman abogaba por un Estado mínimo que interfiriese lo menos posible en la economía de mercado.

Mas allá va su hijo David Friedman, uno de los nombres más conocidos de las tendencias anarcocapitalistas, o ancap, como suelen llamarse. Si los minarquistas defienden la existencia de un Estado mínimo que mantenga la paz y la seguridad para favorecer un cierto márgen de maniobra al libre mercado, el movimiento ancap busca la supresión total de cualquier tipo de Estado. Las labores de seguridad serían asumidas por las empresas privadas, y se dejaría de mantener una estructura coactiva que impide el desarrollo de la completa libertad del individuo. Las teorías anarcocapitalistas parten de la filosofía de uno de los personajes más controvertidos de los últimos años: Robert Nozick, cuya idea de justicia aún hoy revoluciona los campos de lo políticamente correcto (la redistribución forzosa es un atentado contra la libertad, pues trata a los hombres como instrumentos del dinero). A grandes rasgos, podría considerarse el anarcocapitalismo, y el libertarianismo de Nozick como "enfant terribles" del neoliberalismo; del mismo modo que, durante un siglo se consideró al anarquismo con respecto del comunismo.

Es curioso comprobar cómo las mismas formas han variado de dueño a lo largo del siglo XX. Si el anarquismo clásico, con sus múltiples tendencias (anarcoindividualismo, anarcocolectivismo, anarcocomunismo, anarcosindicalismo, anarco-cristianismo, anarquismo verde, anarcoprimitivismo, anarcofeminismo, postanarquismo, anarquismo egoísta, infoanarquismo) ponía el énfasis en la búsqueda del colectivismo, el anarcocapitalismo da enorme importancia a la libertad. De nuevo se presenta la eterna polémica sobre la que llevamos divagando cerca de veinte siglos, y que es, por qué no decirlo, la base de la política: libertad vs igualdad. En esta distinción, que no debería ser tal, está toda la base del enfrentamiento político entre los hombres. Unos defienden el valor del individuo como elemento básico de la sociedad, mientras otros buscan primar el grupo, como fuerza socializadora. Pero quizás deberían darse cuenta de que esa división es ficticia y, probablemente, casual. Siguiendo a Habermas, y éste a Kant, la única libertad real es aquella que se autolimita, permitiendo la igualdad entre todos los individuos; por otra parte, la única igualdad real es aquella que permite que sus elementos constitutivos puedan decidir libremente que deciden ser iguales.

Davos volverá a llenarse dentro de un mes con las caras más conocidas e influyentes del mundo. Habrá caras nuevas y el mundo entero estará pendiente de ellos. Pero quizás, al igual que los personajes de Thomas Mann, lo único que necesitan es un periodo de reflexión en un lugar que les obligue a hacer eso que en la sociedad actual parece cada vez más difícil, y que, de hacerse más a menudo, evitaría grandes conflictos de todo tipo: hablar. Sólo eso podrá evitar que la montaña mágica se convierta, como para Hans Castorp, en un sepulcro vivo, porque de ser así, no serían sólo ellos los enterrados, sino toda la humanidad.

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