viernes, 19 de enero de 2007

Cinco minutos para medianoche

Desde el inicio de los tiempos, el hombre ha insistido permanentemente en pensar cómo sería el apocalipsis. Así, los egipcios consideraban que el último día llegaría cuando el Nilo dejase de inundar las riveras cada año. Por eso los faraones debían alternar la estancia en cada uno de los dos tronos que simbolizaban los dos tramos del gran río. Para los chinos, en cambio, el final sería anunciado por una serie de catástrofes naturales, por lo que para evitar la destrucción, cuando se producían esas catástrofes, se cambiaba de emperador, pues se suponía que había perdido el favor de los dioses. En Japón, la continuidad de los tiempos venía marcada por la longevidad del emperador, ser inmortal al que nadie podía ver. En el caso de que esto sucediera, el fin estaría muy cerca, como quedó claro cuando Estados Unidos obligó al emperador a presentarse ante su pueblo. El final había llegado... El final de la independencia del país.

Tampoco deja de ser un tema abundantemente tratado en las mitologías del mundo. Por ejemplo, los nórdicos esperaban el ragnarok como una gran batalla final entre las fuerzas del bien y el mal; para los romanos, la destrucción de la ciudad eterna; para los indios, el último giro de la rueda del Dharma; y para los babilonios, el cumplimiento de los 7000 años que fija la epopeya de Gilgamesh.

Otras culturas, en cambio, no previeron el fin del mundo. Sus dioses eran inmortales, y como tales, nunca serían destruídos. Así, el reinado de Zeus en el Olimpo, o de Jahvé en la cultura hebrea, es eterno. La cultura cristiana transformará esta visión "matando" a su Dios. La crucifixión de Cristo es el síntoma inequívoco de que el fin del mundo tiene que llegar tarde o temprano. Por eso Juan escribe el libro de la Revelación, el Apocalipsis, que narra la destrucción final, tras un Armagedón con la Bestia. Tras ello, se produciría la parusía, o segunda venida de Jesús. Con la asimilación por parte del Imperio Romano de la cultura cristiana, el tema de la destrucción final se institucionaliza, y las profecías mesiánicas comienzan a extenderse, siguiendo las formas que creara el Galileo.

Nostradamus, San Malaquías, la Virgen de Fátima... Lo cierto es que no han faltado agoreros que predijesen el fin del mundo. Los mitos milenaristas, que se difundieron durante el Romanticismo, para plasmar una sociedad medieval que temía el sonido de la última campanada de la catedral de San Pedro en la Nochevieja de 999, se repitieron con fuerza en el preludio del tercer milenio. El "Efecto 2000" traería la destrucción de los ordenadores y la tecnología terminaría por acabar con el mundo como lo conocemos.

La fecha del Juicio Final también ha ido modificándose conforme avanzaba el tiempo. Ni el año mil, ni el 1033, ni el 1260, ni el 1396 trajeron la destrucción del mundo conocido. Las últimas fechas pasadas han sido el 23 de Octubre de 1996, año en que terminaban los seis mil años que había calculado James Huser en el siglo XVII; el 7 de Julio de 1997, día en que comenzaría la reconquista árabe de las tierras de Al Andalus; el 11 de Agosto de 1999, una de las fechas previstas por Nostradamus, que coincidió con un gran eclipse de Sol, y en que algunos pensaron que la Estación Espacial MIR caería sobre París; el 30 de junio de 2001, en que, tras comprobarse que nada sucedió en la anterior fecha, se actualizó la profecía de Michelle de Notre Damme. Curiosamente, volvió a coincidir con un meteorito; el 6 de Junio de 2006, el día de la bestia. La simbología del número hizo pensar que el fin estaba cerca; enero de 2007,fecha en que el cuarto elemento (tras el Agua en forma de tsunami; el viento, en forma de tornados y ciclones, como el Katrina; y la Tierra, en terremotos como los de Indonesia) entrará en juego. Según los profetas, sería en Canarias, con la erupción del Teide; y el 12 de Diciembre de 2012, fecha en que termina el calendario maya. Puede interpretarse como un cambio de ciclo, que nos traería la Era de Acuario, o como el fin de todos los ciclos, con la destrucción del mundo.

En cualquier caso, lo que se esconde detrás de este afán milenarista es la necesidad de controlar el mundo que conocemos. Estamos abocados a vagar sin rumbo porque desconocemos los designios escritos en los hados. Necesitamos conocer, y para ello recurrimos a los arcanos. Forma parte de una visión del mundo en la que sólo importa la razón. Si el mundo no es abarcable, se desecha. Y, por supuesto, la fragilidad del ser humano en el universo es inabarcable.

Entre todo este maremagno de teorías sobre el fin de los tiempos,en los últimos días hemos conocido de la existencia del "Reloj del fin del mundo", un ingenio creado por científicos de la Universidad de Chicago en 1947. El reloj está formado por dos manecillas que se acercan a la medianoche. Concretamente, el último movimiento de los expertos las ha situado a cinco minutos. No es mas que una metáfora macabra de la proximidad de la destrucción del mundo, simbolizada en las doce. El reloj se materializó en el primer número de la revista "Boletín de Científicos Atómicos", editada por el prestigioso Proyecto Manhattan, encargado de investigar cómo conseguir la fabricación de la bomba atómica, y desde entonces ha variado en cinco ocasiones la posición de sus manillas. Hoy este artilugio está construído y se puede observar en la propia universidad. La ocasión en que más cerca estuvo el mundo del ocaso fue en 1962, donde la crisis de los misiles situó el fin a dos minutos. La máxima distensión se consiguió en los 90, en que la manecilla llegó a ponerse a diecisiete minutos.

Pero... ¿cómo de cerca estamos de la destrucción? ¿cómo será el apocalipsis? Sin intentar ser exhaustivo, ahí van una serie de posibilidades de destrucción del mundo.

En primer lugar, la estulticia humana podría llevarnos a una detonación de la bomba atómica. La incapacidad de aceptar al otro podría situarnos en una nueva situación de MAD, locura, sí, pero mutua destrucción asegurada, también. Hoy el enemigo no es Rusia, y no existen formalmente dos bloques, pero el germen del odio está presente dentro del único bloque existente. Tal vez, las acciones de guerra preventiva podrían generar una situación en que alguien, con el suficiente dinero, y con ausencia de escrúpulos, podría llegar a detonar la bomba nuclear. La diferencia entre la situación actual y la de la posguerra mundial es la ausencia de un teléfono rojo que impida, o al menos, dificulte, que alguien pueda presionar el botón. A pesar del Tratado de No Proliferación Nuclear, aún existen estados con bombas atómicas en sus fronteras. La mayoría de los países de la antigua Unión Soviética, Pakistán, Corea del Norte o Irán tienen el artilugio que podría traernos un holocausto nuclear. A esto le seguiría una sucesión de explosiones en cadena que, o bien destruirían completamente el planeta Tierra, o bien acabarían para siempre con todo vestigio de vida humana.

En segundo lugar, la destrucción puede llegarnos desde la Naturaleza, que, harta de los humanos, decida lanzarnos un castigo divino en forma de tsunami, terremoto, o cambio climático. Aunque, en principio, no deberíamos temer porque éste sea el invierno más caluroso de la historia (no debemos olvidar que vivimos en una era interglaciar, lo que significa que antes o después habrá una nueva glaciación), tampoco está demás pensar en un hipotético futuro. El calor aumentará y con él las temperaturas, lo que derretirá los casquetes polares, y hará subir el nivel del mar. Pronto las ciudades costeras quedarán anegadas por el agua y sus habitantes tendrán que refugiarse en el interior. Pero esto sólo es el principio. La destrucción de los climas extremos conseguirá que, poco a poco, las temperaturas vuelvan a bajar, de forma mucho más drástica. Al alcanzar la temperatura actual, no se detendrá, sino que seguirá bajando hasta llegar a fríos polares. Un clima mas extremo congelará todo el agua de la Tierra, lo que, debido a nuestra adaptación a un clima más benévolo, no podremos soportar. La vida en la nueva Tierra será simplemente imposible, con lo que, poco a poco se extinguirá.

También podría suceder que el fin llegara de la propia tecnificación de la sociedad que hemos provocado los humanos. Infertilidad masiva, malformaciones genéticas, clonaciones, el control del ADN, o la utilización incontrolada de células madre, son peligros que podrían destruir el mundo. La ciencia nos ayuda para hacernos la vida más fácil, pero exige un enorme grado de control, pues multinacionales sin escrúpulos podrían intentar comerciar con la vida humana. Tampoco es desdeñable el ocaso provocado por la tecnología informática. El desarrollo de la inteligencia artificial crea máquinas capaces de pensar, y con mayor grado de eficiencia que los humanos. De acuerdo a las leyes de oferta y demanda, todas las empresas acabarían haciéndose con una plantilla de robots, lo que a la larga acabaría con nuestra especie. El gran desarrollo de Internet también nos hace más vulnerables a nosostros mismos. Los virus altamente destructivos que circulan por la red podrían generar un problema de gigantescas dimensiones. El efecto 2000 sería una metáfora de la dependencia que hemos desarrollado de las máquinas.

Pero... ¿y si el final viniese desde fuera? Tal vez la medianoche nos llegue en forma de invasión extraterrestre. Los marcianitos, despues de observar cómo nos vamos cargando nuestro mundo deciden hacernos una visita. Su intención declarada es la de salvarnos de nosotros mismos, para lo que preparan una intervención preventiva, aunque todos sospechamos que lo que realmente quieren es la reserva de carbono que atesoramos. Tras la llegada, los humanos se enfrentan a ellos. Los invasores, despues de "operaciones quirúrgicas" con cientos de "daños colaterales", consiguen derrocar y matar al líder del gobierno más poderoso. Se reparten la Tierra entre los gobiernos más importantes y, tras una serie de derrotas electorales en su planeta, nos abandonan a muestra propia suerte. Desde entonces, la situación no hace más que empeorar hasta degenerar en una guerra civil que provocará la destrucción de la especie.


Dejando a un lado la ciencia ficción, lo cierto es que el armagedón si podría llegar desde el espacio. La enana marrón que nos dió la vida podría decidir quitárnosla en cualquier momento. Cierto es que el crédito es de cinco mil millones de años, pero los plazos se pueden modificar. Un calentamiento global de la superficie de Júpiter podría provocar que el planeta se convirtiese en una estrella, convirtiendo nuestro sistema solar en un sistema biestelar en el que sería imposible la vida. Un meteorito con la suficiente masa podría modificar la órbita solar, lo que nos condenaría a la muerte en un planeta en el que nunca dejaría de ser de noche. Otro meteorito podría caer en el planeta con la suficiente fuerza como para provocar un movimiento sísmico que, como ya hiciese con los dinosaurios, extinguiese la vida. Y por último, podría suceder simplemente, que el universo implosione sin causa aparente, según las especulaciones de la teoría del caos, o de la mecánica cuántica.

La destrucción podría estar mucho más cerca de lo que pensamos. La tendencia del reloj es preocupante: desde los 90, en que alcanzó los diecisiete minutos, no ha hecho más que empeorar. El tiempo se nos acaba, y sólo hay plaza para 144.000, así que preparémonos para la medianoche. Sólo faltan cinco minutos.

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